El pasado martes fui con dos entrañables amigos a ver Bolívar, la película de Luis Alberto Lamata en la (también entrañable) sala de la Cinemateca Nacional. Al salir tipo 8pm mientras nos dirigíamos -apurados- al estacionamiento del vecino Teresa Carreño notamos una intensa, inesperada y agradable actividad en el jardín posterior del Museo de Ciencias Naturales.
Para mi completa y absoluta sorpresa la Dirección de Edificios Culturales del Ministerio del Poder Popular para la Cultura creó hace más de un año en ese sector una interesante zona cultural, recreativa y sobre todo gastronómica, con música, teatro, lecturas y espectáculos.
Este bien nombrado "Eje del Buen Vivir" se encuentra inmerso entre los árboles y bambúes que rodean la obra de Carlos Raul Villanueva y conecta la Universidad Experimental de las Artes (Uneartes) con el Teatro Teresa Carreño. Es difícil describir la emoción que sentimos estos tres enamorados urbanos de encontrarnos un día martes, en esa zona y a esa hora, con un lugar tan lleno de vida, música, cultura, juventud, tolerancia y sabor.
Son cinco kioskos de comida, bebidas, postres y helados y un pequeño anfiteatro al aire libre donde literalmente puedes sentarte a disfrutar del "buen vivir". La heladería "Fruta Rica" con cremosos helados y yogures de frutas; un lugar de tapas y cockteles llamado "Salsipuedes"; otro similar de cocteles y bocados venezolanos llamado "Puente Viejo"; y uno también de bebidas habaneras llamado "Edmundo", que claramente atraía al público más intelectuoso (y de mayor edad promedio) estilo "mayo del 68 francés".
Mis saludables y vegetarianos amigos escogieron sentarse en "Café Cafunga", un lugar sorprendente al cobijo de un enorme Matapalo de Higuerote. Ahí nos tomamos unos jugos deliciosos y picamos unos gigantescos tequeñones horneados, una tortilla de papas, una tarta de ajoporro y pira y varios otros pasapalos venezolanos perfectamente elaborados y todos horneados. La tercera agradable sorpresa de la noche vino cuando Andry Ferreira, el amable mesonero, nos ofrece de postre una "cafunga" la cual también reconozco con cierta vergüenza que nunca había oído ni nombrar pero la descripción que de ella nos hizo no dejaba espacio a dudas: "es un dulce típico barloventeño que se prepara con una mezcla de cambures manzano, titiaro y amarillo, con harina de yuca y coco rallado, se cubre en hojas de plátano, se rocía con papelón líquido y se cocina al budare", fueron más o menos sus palabras.
Además en la mesa al lado de nosotros se encontraba Darwin Suárez quien, aparte de colaborar en el manejo de "Café Cafunga" junto a sus dos simpáticas propietarias Yamila Grioni y María de los Ángeles Perales, es el realizador de ese delicioso postre. Con él compartimos largamente la historia del mismo y nos explicó que viene del África donde todavía se conserva y que incluso existe en Zambia un pueblo con ese nombre. Ese africano origen lo ratifica mi amiga Zinnia Martinez citando en su popular blog culinario a un viejo barloventeño que le preparó una cafunga bajo un árbol de cacao de la Hacienda La Ceiba. "Cuando los esclavos llegaron a estas tierras no traían ni siquiera la ropa puesta, lo único que les quedaba era memoria". Esa memoria que, dice ella, "afortunadamente se conserva y aún convive entre nosotros está en la piel, en el ritmo, en la música y por supuesto en nuestros fogones, como es el caso de esta cafunga". Explicarles la deliciosa explosión de sabores que este postre creó en nosotros sería simplemente crueldad, más bien bajé de internet la receta de la "Negra" Yuraima Blanco para que ustedes ensayen la suya, aunque enfáticamente les recomiendo una visita al "Eje del Buen Vivir" para que se coman su cafunga en ese extraordinario nuevo ambiente cultural y gastronómico, que por cierto ha alcanzado tal nivel de popularidad que este año el Ministerio de la Cultura piensa acrecentarlo con cuatro nuevos kioscos respetando el plano, el concepto y la "magia" original de este insólito y simpático lugar.
Este bien nombrado "Eje del Buen Vivir" se encuentra inmerso entre los árboles y bambúes que rodean la obra de Carlos Raul Villanueva y conecta la Universidad Experimental de las Artes (Uneartes) con el Teatro Teresa Carreño. Es difícil describir la emoción que sentimos estos tres enamorados urbanos de encontrarnos un día martes, en esa zona y a esa hora, con un lugar tan lleno de vida, música, cultura, juventud, tolerancia y sabor.
Son cinco kioskos de comida, bebidas, postres y helados y un pequeño anfiteatro al aire libre donde literalmente puedes sentarte a disfrutar del "buen vivir". La heladería "Fruta Rica" con cremosos helados y yogures de frutas; un lugar de tapas y cockteles llamado "Salsipuedes"; otro similar de cocteles y bocados venezolanos llamado "Puente Viejo"; y uno también de bebidas habaneras llamado "Edmundo", que claramente atraía al público más intelectuoso (y de mayor edad promedio) estilo "mayo del 68 francés".
Mis saludables y vegetarianos amigos escogieron sentarse en "Café Cafunga", un lugar sorprendente al cobijo de un enorme Matapalo de Higuerote. Ahí nos tomamos unos jugos deliciosos y picamos unos gigantescos tequeñones horneados, una tortilla de papas, una tarta de ajoporro y pira y varios otros pasapalos venezolanos perfectamente elaborados y todos horneados. La tercera agradable sorpresa de la noche vino cuando Andry Ferreira, el amable mesonero, nos ofrece de postre una "cafunga" la cual también reconozco con cierta vergüenza que nunca había oído ni nombrar pero la descripción que de ella nos hizo no dejaba espacio a dudas: "es un dulce típico barloventeño que se prepara con una mezcla de cambures manzano, titiaro y amarillo, con harina de yuca y coco rallado, se cubre en hojas de plátano, se rocía con papelón líquido y se cocina al budare", fueron más o menos sus palabras.
Además en la mesa al lado de nosotros se encontraba Darwin Suárez quien, aparte de colaborar en el manejo de "Café Cafunga" junto a sus dos simpáticas propietarias Yamila Grioni y María de los Ángeles Perales, es el realizador de ese delicioso postre. Con él compartimos largamente la historia del mismo y nos explicó que viene del África donde todavía se conserva y que incluso existe en Zambia un pueblo con ese nombre. Ese africano origen lo ratifica mi amiga Zinnia Martinez citando en su popular blog culinario a un viejo barloventeño que le preparó una cafunga bajo un árbol de cacao de la Hacienda La Ceiba. "Cuando los esclavos llegaron a estas tierras no traían ni siquiera la ropa puesta, lo único que les quedaba era memoria". Esa memoria que, dice ella, "afortunadamente se conserva y aún convive entre nosotros está en la piel, en el ritmo, en la música y por supuesto en nuestros fogones, como es el caso de esta cafunga". Explicarles la deliciosa explosión de sabores que este postre creó en nosotros sería simplemente crueldad, más bien bajé de internet la receta de la "Negra" Yuraima Blanco para que ustedes ensayen la suya, aunque enfáticamente les recomiendo una visita al "Eje del Buen Vivir" para que se coman su cafunga en ese extraordinario nuevo ambiente cultural y gastronómico, que por cierto ha alcanzado tal nivel de popularidad que este año el Ministerio de la Cultura piensa acrecentarlo con cuatro nuevos kioscos respetando el plano, el concepto y la "magia" original de este insólito y simpático lugar.
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